miércoles, 20 de agosto de 2008

detenido


"- Usted está detenido

- Pero ¿cómo puedo estar detenido, y de esta manera?

- Ya empieza usted de nuevo ––dijo el vigilante, e introdujo un trozo de pan en el tarro de la miel––. No respondemos a ese tipo de preguntas.

- Pues deberán responderlas. Aquí están mis documentos de identidad, muéstrenme ahora los suyos y, ante todo, la orden de detención.

-¡Cielo santo! ––dijo el vigilante––. Que no se pueda adaptar a su situación actual, y que
parezca querer dedicarse a irritarnos inútilmente, a nosotros, que probablemente somos los que ahora estamos más próximos a usted entre todos los hombres.

Así es, créalo ––dijo Franz, que no se llevó la taza a los labios, sino que dirigió a K una
larga mirada, probablemente sin importancia, pero incomprensible. K incurrió sin quererlo en un intercambio de miradas con Franz, pero agitó sus papeles y dijo:

- Aquí están mis documentos de identidad.

- ¿Y qué nos importan a nosotros? ––gritó ahora el vigilante más alto––. Se está
comportando como un niño. ¿Qué quiere usted? ¿Acaso pretende al hablar con nosotros
sobre documentos de identidad y sobre órdenes de detención que su maldito proceso acabe pronto? Somos empleados subalternos, apenas comprendemos algo sobre papeles de identidad, no tenemos nada que ver con su asunto, excepto nuestra tarea de vigilarle diez horas todos los días, y por eso nos pagan. Eso es todo lo que somos. No obstante, somos capaces de comprender que las instancias superiores, a cuyo servicio estamos, antes de disponer una detención como ésta se han informado a fondo sobre los motivos de la detención y sobre la persona del detenido. No hay ningún error. El organismo para el que trabajamos, por lo que conozco de él, y sólo conozco los rangos más inferiores, no se dedica a buscar la culpa en la población, sino que, como está establecido en la ley, se ve atraído por la culpa y nos envía a nosotros, a los vigilantes. Eso es ley. ¿Dónde puede cometerse aquí un error?

- No conozco esa ley––dijo K.

- Pues peor para usted––dijo el vigilante.

- Sólo existe en sus cabezas ––dijo K, que quería penetrar en los pensamientos de los vigilantes, de algún modo inclinarlos a su favor o ir ganando terreno. Pero el vigilante se
limitó a decir:

- Ya sentirá sus efectos.

Franz se inmiscuyó en la conversación y dijo:

- Mira, Willem, admite que no conoce la ley y, al mismo tiempo, afirma que es inocente.

- Tienes razón, pero no se puede conseguir que comprenda nada ––dijo el otro"


el proceso. f. kafka

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