miércoles, 20 de agosto de 2008

el proceso


"mírame y se color"



"––¡Josef K!

K se detuvo y miró al suelo. Aún era libre, podía seguir y escapar por una de las pequeñas y oscuras puertas de madera, que no estaban lejos. Pero eso significaría o que no había entendido o que había entendido pero no quería hacer ningún caso. Si se daba la vuelta, se tendría que quedar, pues habría confesado tácitamente que había comprendido muy bien su nombre y que quería obedecer. Si el sacerdote hubiese gritado de nuevo, K habría proseguido su camino, pero como todo permaneció en silencio, volvió un poco la cabeza, pues quería ver qué hacía el sacerdote en ese momento. Se le veía tranquilo en el púlpito, se podía advertir que había notado el giro de cabeza de K. Hubiera sido un juego infantil si K no se hubiese dado la vuelta por completo. Así lo hizo, y el sacerdote le llamó con una señal de la mano. Como ya todo ocurría abiertamente, avanzó ––lo hizo en parte por curiosidad y en parte para tener la oportunidad de acortar su estancia allí–– con pasos largos y ligeros hasta el púlpito. Se paró ante los bancos, pero al sacerdote le parecía que la distancia era aún
demasiado grande. Estiró la mano y señaló con el dedo índice un asiento al pie del púlpito.
K siguió su indicación y, al sentarse, tuvo que mantener la cabeza inclinada hacia atrás para poder ver al sacerdote.

––Tú eres Josef K ––dijo el sacerdote, y apoyó una mano en el pretil con un movimiento
incierto.

––Sí ––dijo K. Pensó cómo en otros tiempos había pronunciado su nombre con entera
libertad, pero ahora suponía una carga para él, también ahora conocía su nombre gente a la que veía por primera vez. Qué bello era que le presentaran y luego conocer a la gente.

––Estás acusado ––dijo el sacerdote en voz baja.

––Sí ––dijo K––, ya me lo han comunicado.

––Entonces tú eres al que busco ––dijo el sacerdote––. Yo soy el capellán de la prisión.

––¡Ah, ya! ––dijo K.

––He hecho que te trajeran aquí para hablar contigo ––dijo el sacerdote.

––No lo sabía ––dijo K––. He venido para mostrarle la catedral a un italiano.

––Deja lo accesorio ––dijo el sacerdote––. ¿Qué sostienes en la mano? ¿Un libro de
oraciones?

––No ––respondió K––, es un folleto con los monumentos históricos de la ciudad.

––Déjalo a un lado ––dijo el sacerdote.

K lo arrojó con tal fuerza que se rompió y un trozo con las páginas dobladas se deslizó por el suelo.

––¿Sabes que tu proceso va mal? ––preguntó el sacerdote.

––También a mí me lo parece ––dijo K––. Me he esforzado todo lo que he podido, pero
hasta ahora sin éxito. Además, aún no he concluido mi primer escrito judicial.

––¿Cómo te imaginas el final? ––preguntó el sacerdote.

Al principio pensé que terminaría bien ––dijo K––, ahora hay veces que hasta yo mismo lo dudo. No sé cómo terminará. ¿Lo sabes tú?

––No ––dijo el sacerdote––, pero temo que terminará mal. Te consideran culpable. Tu
proceso probablemente no pasará de un tribunal inferior. Tu culpa, al menos
provisionalmente, se considera probada.

––Pero yo no soy culpable ––dijo K––. Es un error. ¿Cómo puede ser un hombre
culpable, así, sin más? Todos somos seres humanos, tanto el uno como el otro.

––Eso es cierto ––dijo el sacerdote––, pero así suelen hablar los culpables.

––¿Tienes algún prejuicio contra mí? ––preguntó K.

––No tengo ningún prejuicio contra ti ––dijo el sacerdote.

––Te lo agradezco ––dijo K––. Todos los demás que participan en mi proceso tienen un
prejuicio contra mí. Ellos se lo inspiran también a los que no participan en él. Mi posición es cada vez más difícil.

––Interpretas mal los hechos ––dijo el sacerdote––, la sentencia no se pronuncia de una vez, el procedimiento mismo se va convirtiendo lentamente en sentencia"


el proceso

f. kafka

0 comentarios:

Publicar un comentario