lunes, 17 de mayo de 2010

primer amor


hace tiempo que no queda nada que deconstruir

¿el amor?...

primer amor:

"me refugié en un establo de vacas abandonado que había localizado en el curso de mis paseos. Estaba situado en el ángulo de un campo que mostraba en su superficie más ortigas que hierba y más barro que ortigas, pero cuyo subsuelo poseía posiblemente propiedades remarcables. Fue en ese establo, lleno de boñigas secas y huecas que se hundían con un suspiro cuando las tocaba con el dedo, donde por primera vez en mi vida, y diría gustosamente por última si tuviese bastante morfina al alcance de mi mano, tuve que defenderme contra un sentimiento que se atribuía poco a poco, en mi espíritu helado, el horroroso nombre de amor. Lo que hace encantador a nuestro país, aparte por supuesto del hecho de que esté medio despoblado, a pesar de la imposibilidad de procurarse el más mínimo preservativo, es que todo está abandonado menos las viejas deposiciones de la historia. Estas son recogidas encarnizadamente, son conservadas y paseadas en procesión. En cualquier lugar donde el tiempo haya producido una hermosa palomina repugnante ustedes encontrarán a nuestros patriotas, en cuclillas, resoplando, el rostro encendido. Es el paraíso de los desalojados. Esta es finalmente la explicación de mi felicidad. Todo invita a la prosternación. No veo relación alguna entre estas observaciones. Pero que hay una, e incluso varias, es algo que no puede dudarse, a mi entender. ¿Pero cuáles? Sí, la amaba, es el nombre que daba, que doy todavía por desgracia, a lo que hacía, en aquella época. No tenía ninguna preparación para ello, no habiendo amado nunca anteriormente, pero había oído hablar de la cosa, naturalmente, en casa, en la escuela, en el burdel, en la iglesia, y había leído novelas, en prosa y en verso, bajo la dirección de mi tutor, en inglés, en francés, en italiano, en alemán, en las que se trataba ampliamente el tema. Por lo tanto estaba preparado por lo menos a darle un nombre a lo que hacía, cuando me veía a mí mismo repentinamente escribiendo el nombre de Lulu sobre una vieja boñiga de becerra, o cuando tumbado en el barro a la luz de la luna intentaba arrancar las ortigas sin romperles el tallo. Eran ortigas gigantes, algunas medían un metro de altura, las arrancaba, aquello me consolaba, y eso que no está en mi naturaleza arrancar las malas hierbas, al contrario, les echaría estiércol por toneladas si tuviera. Las flores, es otra cosa. El amor le vuelve a uno malo, es un hecho comprobado. ¿Pero de qué amor se trataba, exactamente? ¿De un amor pasional? No lo creo. Porque el amor pasional es el de los sátiros, ¿no? ¿O lo confundo con otra variedad? Hay tantas, ¿verdad? A cuál más bella, ¿verdad? El amor platónico, he aquí otro del que me acuerdo repentinamente. Es desinteresado. ¿Es posible que la amara platónicamente? Me cuesta creerlo. ¿Acaso habría trazado su nombre sobre viejas mierdas de vaca si la hubiese amado con un amor puro y desinteresado? ¿Y encima con el dedo, que luego me chupaba? Veamos, veamos. Pensaba en Lulu, y si con eso no está todo dicho ya he dicho bastante, a mi entender. Además ya estoy harto de este nombre Lulu y le voy a dar otro, esta vez de una sola sílaba, Anne, por ejemplo, no es de una sílaba pero me da igual. De manera que pensaba en Anne, yo que había aprendido a no pensar en nada, de no ser en mis sufrimientos, muy rápido, luego en las medidas a tomar para no morir de hambre, o de frío, o de vergüenza, pero jamás y con ningún pretexto en los seres vivos en cuanto tales (me pregunto qué querrá decir esto), a pesar de todo lo que pueda haber dicho, o que pueda llegar a decir, sobre este tema. Porque siempre he hablado, siempre hablaré de cosas que nunca han existido, o que han existido si ustedes lo prefieren, y que existirán siempre probablemente, pero sin la existencia que yo les concedo. Los quepis, por ejemplo, existen, y pocas esperanzas hay de que desaparezcan, pero yo nunca he llevado quepis. En algún sitio he escrito, Me dieron... un sombrero. Sin embargo jamás «me» dieron un sombrero, siempre he conservado el mío, el que mi padre me dio, y nunca tuve otro sombrero más que éste. Me acompañó en la muerte, además. Entonces pensaba en Anne, mucho, mucho, veinte minutos, veinticinco minutos, y hasta media hora al día. Llego a estas cifras sumando otras cifras más pequeñas. Esa debía de ser mi manera de amar. ¿Debo concluir que la amaba con ese amor intelectual que ya me ha hecho decir tantas memeces, en otro lugar? No puedo creerlo. Ya que, de haberla amado de ese modo, ¿acaso me habría divertido trazar la palabra Anne sobre inmemoriales excrementos bovinos? ¿Arrancar ortigas a manos llenas? ¿Y habría sentido bajo mi cráneo palpitar sus muslos, como dos travesaños posesos?"
samuel beckett

resultan irrisorias esas deconstrucciones que tanto abundan por los teatrillos de las vanidosas banalidades provincianas